En un universo infinitamente
grande, estático y eterno uno encontraría la superficie
de una estrella en cualquier dirección que mirase, al igual
que en un bosque suficientemente grande uno siempre encuentra un
tronco de árbol en la línea de visión en
cualquier dirección que se le ocurra mirar. Eso implicaría
que el cielo tendría que ser tan brillante como la superficie
solar. Pero no lo es. Esta observación es conocida como
Paradoja de Olbers. ¿Cómo lo explicamos?.
Primero se nos podría
ocurrir que el gas y polvo que hay en el espacio puede absorber parte
de la radiación. Y efectivamente así es. Pero esa
radiación contribuye a calentar ese gas y polvo. En un
universo estático y eterno el polvo terminaría por
estar a la misma temperatura que las superficies estelares,
reemitiendo la misma intensidad de radiación que éstas.
No vamos bien por esa línea de pensamiento.
Si no podemos encontrar otra solución (y nadie ha
imaginado una buena), tenemos que dudar de que el universo sea
infinitamente grande, o de que sea infinitamente antiguo. El modelo
del Big Bang nos presenta un universo
en expansión y de edad finita. La
expansión disminuye la frecuencia de la radiación que
nos llega (y por tanto su energía) y la edad finita hace que
exista un límite de distancia más allá del que
no nos puede llegar ninguna luz. Cualquiera de los dos efectos
serviría por separado para evitar la paradoja. Pero ambos
actúan al mismo tiempo y explican el hecho de que la cantidad
de luz que nos llega de todas las estrellas del fondo del cielo sea
tremendamente pequeña (unos 10 000 000 de veces menor que la
que recibimos del Sol).
Detalles históricos y matemáticos en "La paradoja de Olbers"
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